Comentario
Es difícil, dentro de lo que se ha convenido en denominar artes del color, establecer fronteras definidas entre unos y otros campos, porque sus actores fueron los mismos artífices. ¿Hasta dónde llega un miniaturista?, ¿dónde comienza un pintor?, en el de la vidriera ¿no existen dos terrenos muy diferenciados que se complementan y uno de ellos compete al pintor? Ciertamente la situación es ésta. Si ya en la introducción hablábamos de las interrelaciones entre ámbitos supuestamente diferenciados entre sí, en éste es aún más evidente. Vamos pues a iniciar un periplo que será común a la pintura y a la miniatura gótica. Aunque el análisis de la vidriera quedaría también justificado, la trataremos en el capítulo siguiente, porque, a pesar de todo, existe una distancia respecto a lo anterior.Indudablemente, en este apartado va a darse un desarrollo mayor a toda la producción de carácter religioso en lo que se refiere a la pintura mural. Es obligado hacerlo así porque es la que se ha conservado mayoritariamente. Sin embargo, aunque sea de forma testimonial, no estará de más una referencia a otras pinturas de carácter profano en esta breve introducción.Las grandes residencias reales, nobiliarias o eclesiásticas, embellecieron sus interiores con tapices que, además, contribuyeron a aliviar el rigor de los fríos invernales. La alternativa a éstos, sin sus ventajas en lo que a la segunda función se refiere, fueron los grandes ciclos de pintura mural. Circunscritos usualmente a la estancia principal de la fábrica que en la época recibía el apelativo de Palacio, los temas desarrollados, según permiten deducir no sólo los restos conservados sino las descripciones conocidas, fueron principalmente de carácter caballeresco. Los textos literarios, apreciados por la misma clientela artística que habitaba estas residencias y encargaba su decoración, se utilizaron como fuente iconográfica habitual. El ciclo artúrico, por ejemplo, hace su aparición a principios del siglo XIII en el castillo de Rodengo (en el norte de Italia), en una serie de episodios relacionados con el héroe Iván. Dentro del ciclo carolingio, destacan las pinturas centradas en la figura de Ontinel de una residencia de Treviso (ahora en el Museo Cívico de esta ciudad), también la secuencia de la "Tour Ferrande" de Pernes, con la lucha entre Guillermo de Orange y un musulmán. Esta pugna, emblemática y omnipresente como tema iconográfico en la pintura de la época, la hallamos también en el castillo de Carcasona o en la torre del castillo de Alcañiz.Temas de tipo histórico complementan la decoración del Palacio de esta última. El prestigio de la Orden de Calatrava, que poseía la fortaleza, se fundaba en su intervención en episodios bélicos importantes de la historia contemporánea. Son éstos los que se seleccionaron para decorar el ámbito más sobresaliente del castillo, como medio indudable de exaltación. En el palacio real de Barcelona y en otras residencias importantes de la ciudad, se recurrió a escenas de este mismo género con idéntico fin. Es el caso, por ejemplo, del ciclo dedicado a la conquista de Mallorca.Temas de carácter más alegórico fueron también muy del gusto de la época. Los mensarios, circunscritos durante el románico mayoritariamente a contexto religioso, surgen ahora aquí y allá. Los encontramos en Treviso, en el castillo inglés de Longthorpe, en Trento (pinturas de hacia 1330, previas al gran ciclo de la torre dell'Aquila), en Alcañiz, etc. La Rueda de la Fortuna aparece también en distintos lugares: Aula de la curia episcopal de Bergamo, castillo de Alcañiz, y la Rueda de los Sentidos, las Edades del Hombre etc., de nuevo en Longthorpe.Junto a ellos se emplazan decoraciones de menor complejidad iconográfica que sintonizan, no obstante, en igual medida, con el ideario del momento. Es el caso de las pinturas murales del Palacio Papal de Aviñón. La Sala del Ciervo es el resultado directo de lo que no puede ser calificado más que de planteamiento manierista. Introducirse en ella supone aceptar la invitación del pintor para penetrar en uno de esos jardines tan gratos a la época, donde se entretenían practicando la caza los estamentos más privilegiados de la sociedad.En otro orden de cosas, los programas iconográficos que decoran durante el Trecento las salas de los palacios públicos italianos, constituyen, en un ámbito distinto, el equivalente a este fenómeno que hemos analizado brevemente. Destacan, en particular, las alegorías del Buen y el Mal gobierno realizadas por Ambroggio Lorenzetti para Siena.